Existen 258 millones de emigrantes en el mundo. De los cuales 26 millones son exiliados. De estos aproximadamente 6.100 mueren al año intentando alcanzar un mundo mejor. Un mundo que les es prohibido por el simple hecho de haber tenido la “mala suerte” de nacer en la zona más desfavorecida del planeta. Cifras escalofriantes que esconden millones de historias de seres humanos. Con esta película pretendo acercar al público a alguna de estas historias para poner cara, carne y nombre a este drama. Conseguir que muchos entiendan que no somos quienes para impedir que la gente pueda aspirar a una vida mejor.
ADÚ” narra la historia de unos chavales africanos que han de huir de su poblado al ser testigos de un crimen. Cómo otros muchos buscaran desesperadamente alcanzar Europa. En su camino caerán en las redes de las mafias, traficantes de seres humanos del siglo XXI, sortearan peligros, cruzaran fronteras prohibidas, pero no todo será malo… En el viaje descubrirán la amistad, la generosidad, la lealtad, la libertad y el amor. Valores que les harán crecer hasta convertirlos en adultos.
Esta historia se entremezcla con la de dos europeos: un hombre y su hija que realizan el viaje inverso, viajan a África con el fin de reencontrarse, de conseguir una cura espiritual y alejarse del mundo de drogas y malas compañías que rodean a la joven en España. En paralelo iremos comparando de modo sutil los graves problemas de unos occidentales: falta de comunicación, drogas, desmotivación, falta de futuro, etc… con los GRAVES problemas de unos africanos: hambre, violencia, trata, abusos sexuales,… El espectador sacará sus propias conclusiones.
El crisol de historias que se entremezclan se completa con el relato de los guardianes que velan porque esos mundos permanezcan separados, unos guardias civiles que en el desempeño de su función patrullan la frontera de Melilla.
El proyecto es ambicioso y difícil pero por otro lado irresistible. Para mi es un lujo poder hoy día contar una historia así, comprometida y valiente, con grandes dosis de emoción, aventura y drama, que prometen tener al espectador enganchado de principio a fin. Es una película cuya materia prima es el ser humano, la humanidad llevada en muchas ocasiones al límite. Y quién mejor para escribir algo así que Alejandro Hernández, un guionista que construye personajes con mil aristas y matices, que te aporta la base para crear personajes de carne y hueso con los que empatizas y a los que entiendes a pesar de que no siempre hagan lo correcto. De nuevo es un lujo repetir con él.
La idea y los personajes surgieron en el rodaje de “1898 los últimos de Filipinas” en Canarias. Allí entre en contacto con la gente de CEAR del municipio de Vecindario y conocí a dos niños, Nassis y Yean, que sirvieron para inspirar a los dos protagonistas de nuestra película. Niños que pese a su escasa edad cargaban con una mochila repleta de vivencias y aventuras, fascinantes y escalofriantes a partes iguales. A través de ellos, el espectador podrá acercarse, identificarse, emocionarse, sufrir, pero sobretodo entender el porque del deseo de emigrar, el derecho de todo ser humano a acceder a un mundo mejor. Esto hace de “Adú” un proyecto necesario, una película que se debe hacer, que hay que contar.
Para llevarlo acabo, esto no se podría hacer sin la ayuda y el compromiso de un equipo de productores valientes: Telecinco Cinema y La Terraza se atreven a hacer cosas diferentes, proyectos comprometidos como este. Rodados en lugares nada fáciles y apostando por temas complejos. Lo cierto es que siempre tienen buen ojo y descubren historias que interesan al público.
A eso se le suman actores como Luis Tosar, con el que rodé mi primera película, un actor con el que trabajas una vez y ya no quieres dejar nunca de hacerlo. Un placer tanto profesional como personal. Alguien que es capaz de crear personajes llenos de matices, ni blancos ni negros sino llenos de humanidad imperfecta.
A todo ello además se le suma una antigua ilusión por rodar en África, que quién bien me conoce, viene de lejos. Un continente al que admiro y en el que periódicamente me refugio, pues allí encuentro vida en estado puro, belleza, naturaleza salvaje y una cierta inocencia olvidada ya en occidente hace tiempo. Un continente que reúne luces y sombras a partes iguales. Un continente vivo que no deja de sorprenderte y donde los niños son el futuro. Niños como nuestros protagonistas.
Finalmente, a pesar de lo dramático que es el tema, me gustaría con este proyecto ofrecer un horizonte de esperanza. Una esperanza anímica, emocional, que nos conmueva y nos lleve, al acabar la película, a sentirnos más humanos, a identificarnos con lo que a veces en los informativos son meros números y cifras, y tras los que se esconden vidas. Vidas como las nuestras cargadas de sueños.
Salvador Calvo