Un escándalo real, una necesidad moral.

No es la primera vez que me enfrento a contar un hecho real de manera ficcionada, pero quizás, si es la primera vez en la que narro algo tan sumamente delicado y atroz a la vez. Además, el proyecto, contaba con un problema añadido. Dada la actualidad de la noticia, la gran mayoría de los casos todavía no han sido juzgados.

Muchos de los testimonios a los que hemos tenido acceso cuentan la actuación despótica y despiadada de un médico sin escrúpulos, una monja con una moral desviada, y la dueña de unos pisos cuna que aprovechaba el puritanismo y  hipocresía de la época para enriquecerse. Pero no solo eran tres los autores de todo. Alrededor de ellos había todo un entramado de comadronas, sepultureros, taxistas, abogados y jueces implicados. Actualmente hay 849 expedientes abiertos por la Fiscalía. En 162 de ellos existen indicios delictivos. Ante estas contundentes cifras, había un deber moral de apoyar en su lucha a los cientos de afectados, una razón clara y nítida de contar esta historia.

El siguiente problema era como hacerlo, tratando de ser lo más objetivo posible. Sin caer en una critica fácil a las instituciones involucradas: clero y personal sanitario. La nuestra era una historia de individuos aislados con conductas deplorables, y no debía de contaminar al resto. Por eso Helena Medina (la guionista), los productores, y yo intentamos crear un personaje como el de la Hermana Herminia, monja y enfermera, que criticaba desde dentro estos hechos, y al final ayudaba a la justicia en el proceso de esclarecimiento de ellos. Un personaje que a pesar de ser ficticio, estoy seguro que obedece al sentir de muchos curas, monjas y médicos, que abominan de semejante conducta.

Cuando comencé la labor de documentación sobre el tema, lectura de libros de investigación, hemeroteca y archivos de televisión, la primera sensación que tuve era que esto en España no había podido pasar en una época tan reciente. Estamos hablando de casos de los años setenta y ochenta, incluso de los noventa. Parecía más propio de un país del Este o de una época ya muy remota. Desgraciadamente no es así. La gran mayoría de los escalofriantes casos son historias de mujeres engañadas y manipuladas, muchas veces fruto de su complejo de clase e incultura. Hay que entender que estas pobres mujeres solteras se enfrentaban solas, sin el apoyo de una familia, a personas que pertenecían a tres estamentos que eran prácticamente intocables en aquella época: el clero, la aristocracia y los médicos.

Es sobrecogedor pensar que en 1981 cuando se destapó el escándalo de la clínica de San Ramón gracias a la revista Interviú, el sistema consiguió taponar toda investigación y nadie resultó inculpado.

Gracias a dios, hoy día esperamos todos que esto sea diferente, y que los culpables paguen por todo el dolor que provocaron.

Pasado y Presente

La miniserie se compone de dos episodios. La intención era dar una visión lo más completa posible. Ponernos en la piel de madres e hijos.

El primer capítulo cuenta, a través de las historias de Conchita y Violeta, dos casos de robo de bebés en los años setenta. En ellos hemos condensado hechos y circunstancias comunes a multitud de incidentes denunciados. En la miniserie hemos huido de usar nombres y personajes reales por respeto hacia las personas que lo padecieron y por prudencia, ya que algunos de los responsables de aquellos sucesos están todavía siendo juzgados.

El segundo capítulo narra la historia de un hijo robado, Susana. A través de ella conoceremos como se enfrenta al descubrimiento de la verdad una persona adoptada. El proceso que sigue habitualmente en la “llamada de la sangre”, el sentimiento de vacío, de desarraigo, de estafa en muchos casos…

Tratamiento Visual

Aunque la historia arranque en los años setenta, no pretendía caer en el tópico de una fotografía retro, sino que deseaba que el espectador viviera la historia como si del presente se tratara. Por ello, con la ayuda del director de fotografía Felipe Alba, optamos por una fotografía más actual, con abundancia de colores fríos (cyanes sobretodo) y pequeños puntos de luz cálida, que apenas consiguen calentar la imagen. La fotografía ayudaba así a contar la soledad de nuestras chicas, seres aislados intentando pelear contra un sistema compacto e implacable. El capítulo uno se centra prácticamente en la clínica donde los niños eran robados a sus madres. Fluorescencia y luz artificial predominan, apoyando a la narración que roza el drama y el thriller.

En el segundo capítulo, época actual,  arrancamos mostrando una familia feliz, a la que todo aparentemente parece irle bien. Los colores que predominarán en la imagen serán los beige y blancos, muy en la línea de la fotografía de la película “Revolutionary Road”. Colores que hablan de un estatus social, de paz, de armonía. Cuando Susana se ponga a investigar tirará del hilo que haga tambalear ese idílico entorno. Los colores se irán enfriando, al igual que se tensan las relaciones de ella con sus padres adoptivos y su actual marido.

Un excelente Reparto

“Niños Robados” es una historia de personajes, que pasan por momentos muy duros a nivel emocional. Para contar esta historia hemos prescindido de fuegos de artificio a nivel formal, focalizando la atención y el mimo en la creación de esos personajes. Para ello, desde el principio, se habló con Fernando Bovaira y Guillem Vidal-Folch, productores de la miniserie, que donde teníamos que centrar gran parte de nuestros esfuerzos era en contar con un gran reparto.

¡Se consiguió! A actores consagrados como Emilio Gutiérrez-Caba, Blanca Portillo o Alicia Borrachero, se sumaron jóvenes talentos como Adriana Ugarte, Macarena García (Concha de plata del Festival de San Sebastián), o Nadia de Santiago, que prometen un gran futuro. A ellos añadimos valores seguros como Diego Martín, Silvia Marty o Eduard Farelo, haciendo uno de los proyectos más sólidos a los que me he enfrentado. Esto hubiera sido imposible de no ser por contar con Eva Leira y Yolanda Serrano en las tareas de casting.